Culpa sana y culpa enfermiza I
La tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte. 2 Corintios 7:10, NVI.
Algunos psicólogos diferencian entre culpa existencial y culpa neurótica: la culpa existencial, o real, sobreviene cuando hacemos algo malo voluntariamente, que daña u ofende a otros. Es natural, saludable y deseable, en este caso, que nos sintamos culpables. Dios ha puesto el sentimiento de culpa como un mecanismo mental y moral regulatorio, como una señal de alerta para avisarnos que estamos haciendo algo que no es correcto, y que merece reprobación moral.
Por otra parte, como lo señalamos, este mecanismo puede funcionar de manera exagerada, constituyendo personalidades culpógenas, movidas por la culpa neurótica, o crónica. Este tipo de culpa no tiene una base real y actual; es una culpa sobre cosas por las cuales la persona no es responsable. Es una culpa crónica, pues independientemente de si ha hecho bien o mal, la persona siempre se siente culpable y con una sensación de condenación inminente (humana o divina), lo que le provoca una gran inseguridad personal y angustia. Su origen es de orden psicogénico, y tiene que ver, como ya vimos, con mensajes culpógenos transmitidos por personas significativas (padres, maestros, etc.), especialmente en sus años de formación psicológica. Cuando las pequeñas faltas o equivocaciones de los niños son consideradas terribles y merecedoras de gran desaprobación moral y rechazo afectivo, cuando se le dice al niño que es malo o que no hace nada bien, o cuando se le exige ideales de perfección irrealizables, y se hace depender de sus logros su aceptación y valoración, se forman individuos de personalidad culpógena.
Busca hoy la excelencia en todas las cosas, y el crecimiento interior espiritual y moral, pero no dejes de ser consciente de que tan solo eres “polvo” (Sal. 103:14); que eres un ser humano falible, pecador, y que Dios sabe y comprende esto, y por esa razón ha decidido amarte y aceptarte por gracia; porque eres su hijo y te ama con un amor eterno y entrañable (Jer. 31:3). Que de igual modo puedas aceptarte a ti mismo, quererte y valorarte como eres, aunque falles a cada paso.
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie
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