La falacia de lo “natural”
Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. Juan 3:6, 7.
Los criterios de salud mental suelen ser estadísticos: se toman ciertas características de la media de la población, y lo que se aleje de estos criterios sociológicos de salud mental se considera enfermo, mientras que la salud mental estaría definida por el acercamiento a estos criterios. De esta manera, el hombre es la medida del hombre. Sin embargo, como creyentes, para saber cuál es el hombre ideal, cuál es el criterio para la salud y la enfermedad, y del bien y el mal, debemos recurrir al plan original de Dios para la raza humana: la imagen y semejanza con Dios; como también tener en cuenta el cambio producido en nuestra naturaleza por la intromisión del pecado en el plan ideal de Dios. Lo que se aleje de este criterio es enfermo, por más que este concepto hiera el narcicismo humano.
Las teorías humanistas sobre la naturaleza humana son halagüeñas para nuestro ego, pero la tan mentada teoría de que ciertas conductas son legítimas porque son “naturales”, porque surgen espontáneamente del núcleo de nuestra naturaleza, porque son “lo que uno siente”, y que “hay que hacerle caso al corazón, que nunca se equivoca”, fallan en la base del concepto. Hoy por hoy, lo “natural” en el hombre está corrompido por el mal, por el pecado, y no es confiable como criterio último para gobernar nuestra conducta, y para decidir qué es sano y qué es enfermo* Por eso, la Palabra de Dios nos advierte: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9).
De ahí que nuestro Señor Jesucristo, en nuestro texto de reflexión para hoy, nos diga que la gran necesidad que tiene el ser humano, incluso para su salud mental (ya que, como señalamos anteriormente, no podemos separar lo espiritual de lo psicológico), es la de un nuevo nacimiento espiritual, de origen sobrenatural, por la obra regeneradora y sanadora del Espíritu Santo, cuyo fruto es “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gál. 5:22,23).
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie
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